Madrid, 13 de septiembre, 2016 (EFE). El entonces primer ministro británico, Winston Churchill, con el concurso del banquero Juan March, montó una compleja red de sobornos a varios generales franquistas para impedir que España entrara en la II Guerra Mundial al lado de Alemania.
Esta es la tesis que sostiene el historiador Ángel Viñas en su último libro, "Sobornos. De cómo Churchill y March compraron a los generales de Franco" (Crítica).
En el libro, Viñas desmantela la idea de que Franco eludió las presiones de Hitler para entrar en la contienda, como siempre ha sostenido una corriente historiográfica benevolente con el dictador.
Por el contrario, sostiene Viñas, Franco sí quería entrar en la guerra junto a Alemania, porque le serviría para materializar sus reivindicaciones territoriales.
En entrevista con EFE, Viñas sostiene que Franco "necesitaba de la ayuda alemana" para poder materializar esas reivindicaciones imperiales, que se basaban en el Marruecos francés, el Oranesado, una ampliación de territorios en el África subsahariana y, de manera fundamental, Gibraltar.
"Para los alemanes, la entrada de España en la guerra no era vital, pero para los británicos sí era vital que no entrara, puesto que tenían que evitar que se les cortaran las comunicaciones por el Estrecho", señala el historiador.
La gran paradoja que Viñas se encarga de revelar en este libro (para cuya confección ha empleado, entre otros, documentos desclasificados por los británicos en 2013) es que Churchill estaba muy preocupado por la posibilidad de la entrada de España en la guerra y no valoraba el desinterés de Alemania en tal sentido.
Según el historiador, para los británicos hay un momento crítico, a partir de junio de 1940, cuando tras la caída de Francia se aperciben de que los alemanes pueden invadir España y ocupar Gibraltar, o bien España puede entrar en la guerra y atacar el Peñón, que en ese periodo es muy vulnerable.
Por ello, Londres monta una operación a gran escala para sobornar a algunos de los más conspicuos generales franquistas, como Aranda, Varela, Gallarza o Kindelán, así como al propio hermano del dictador, Nicolás Franco.
Ninguno de esos generales era muy entusiasta de Hitler, a diferencia de otros como Yagüe o Muñoz Grandes, claramente pronazis, lo mismo que el entonces ministro de Gobernación (y a partir de octubre de 1940 de Exteriores), Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y considerado en aquel periodo como el auténtico "hombre fuerte" del régimen.
Se trataba, en definitiva, de neutralizar las ansias irredentistas y belicosas de Franco y Serrano, mediante un procedimiento de sedación de algunos de sus más destacados generales, basado en la inyección de grandes cantidades de dinero con el fin de calmarlos.
En su libro, Viñas señala que, por ejemplo, el general Kindelán "recibió al menos cuatro millones de pesetas, equivalentes a 34,8 millones de euros" en la actualidad.
"Justo cuando cae Francia, en junio de 1940, Franco se declara listo para entrar en la guerra, siempre que obtenga una compensación territorial", sostiene Viñas.
Según Viñas, "March piensa que los británicos van a ganar la guerra, y eso era beneficioso para sus negocios", por lo que se encarga de canalizar a través de sus muy sólidas redes de contactos todo el flujo dinerario destinado a efectuar esos sobornos.
De la lectura del libro se infiere que queda desmantelada la leyenda que ha rodeado a la célebre entrevista que Franco y Hitler celebraron en la localidad francesa de Hendaya el 23 de octubre de 1940 y en la que, según los historiadores más "profranquistas", el dictador evitó la entrada de España en la contienda.
Viñas recuerda que la reivindicación española sobre el Marruecos francés le planteaba a Hitler un problema muy complejo en términos políticos, dado que ese territorio estaba bajo el control del régimen colaboracionista de Vichy que encabezaba el mariscal Philippe Petain.