29 de marzo, 2016. Un nuevo estudio arqueológico sistemático y basado en metodología rigurosa busca una mejor comprensión de las múltiples evidencias de orientación astronómica en la arquitectura mesoamericana.
Los primeros resultados se refieren a la región maya de las Tierras Bajas y han sido compilados en un libro de reciente edición presentado al público en la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY).
El libro Orientaciones astronómicas en la arquitectura maya de las Tierras Bajas, publicado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), constituye un corpus de datos relevantes para todo estudioso de la antigua astronomía maya y documenta la coincidencia entre las fechas marcadas por el movimiento del Sol en edificios prehispánicos con festividades agrícolas celebradas en comunidades actuales.
Sus autores, los arqueólogos Iván Šprajc y Pedro Francisco Sánchez Nava, determinaron con medidas precisas en campo las orientaciones de casi 300 edificios de 87 sitios arqueológicos ubicados en las Tierras Bajas: Yucatán, Chiapas, Campeche, Quintana Roo, Tabasco y el Petén (Guatemala).
Las orientaciones están plasmadas en templos de distintos tipos y en construcciones palaciegas que servían como residencias de alto rango y como edificios administrativos. Algunas de las ciudades donde se identificaron son Chichén Itzá, Dzibilchaltún, Ek’Balam, Bonampak, Palenque, Yaxchilán, Calakmul, Edzná, Jaina, El Tigre, Tulum, Cobá, Dzibanché, Comalcalco, Pomoná, El Mirador y Tikal.
Los resultados se concentraron en una gran base de datos que revelan la existencia de grupos con diferentes referentes astronómicos: predominan las orientaciones que registraban las posiciones del Sol en ciertas fechas, pero también se identificaron alineamientos hacia los extremos de Venus y de la Luna y posiblemente hacia las salidas o puestas de la estrella Fomalhaut.
De acuerdo con los patrones, el 80 por ciento de la muestra (217 casos) se refiere a las salidas y puestas del Sol en las fechas de significado agrícola, separadas por intervalos calendáricamente significativos. Un grupo corresponde a los solsticios de verano e invierno, pero contrario a la opinión común, no se han encontrado orientaciones que marcaran los equinoccios.
Los autores explican que en épocas tempranas de la investigación arqueoastronómica por ideas preconcebidas hubo una tendencia en la búsqueda de orientaciones equinocciales; sin embargo, los datos obtenidos en este estudio no sostienen tal hipótesis.
Lo que sí consideran probable es que un grupo de orientaciones marcara las puestas de Sol en los días del cuarto de año: las fechas que ocurren dos días después del equinoccio de primavera y dos días antes del de otoño, y que junto con los solsticios dividen el año en cuatro partes de aproximadamente igual duración.
Entre las alineaciones solares destacan las que marcan las salidas del Sol alrededor del 12 de febrero y el 30 de octubre. Para los estudiosos es probable que estas fechas delimitaran un ciclo agrícola canónico o ceremonial. Šprajc y Sánchez Nava explican que ambas fechas coinciden con el inicio y el fin del ciclo agrícola, pero también que la distancia entre una y otra es de 260 días: intervalo múltiplo de 13 y de 20 equivalente a la duración del ciclo sagrado maya: Tzolkin (la cuenta de los días).
Los investigadores reunieron un corpus significativo de datos arqueoastronómicos para clasificarlos en grupos, y contrastar los resultados matemáticos con información etnográfica, histórica e iconográfica. El análisis confirmó que en febrero y entre finales de octubre y principios de noviembre muchas comunidades actuales celebran sus ceremonias agrícolas más importantes, coincidiendo con las alineaciones que marcan la salida o puesta del Sol en esas fechas.
Los estudios etnográficos establecen que los tzotziles de San Pedro Chenalhó, en los Altos de Chiapas, inician su ciclo agrícola ritual el 14 de febrero. En San Antonio, Belice, el año agrícola comienza el 8 de febrero; hasta hace poco ese día la gente se reunía en la iglesia y hacía vigilia toda la noche para pedir buena cosecha. Los chortís de Guatemala inician su año agrícola el 8 de febrero.
La importancia de las fechas a principios de febrero parece sobrevivir en la fiesta de la Virgen de la Candelaria, que incluye la bendición de semillas: una de las celebraciones fundamentales del ciclo anual en diversos poblados de las Tierras Bajas mayas, explican los arqueólogos y destacan que curiosamente fue introducida en el siglo XVI del calendario Juliano, en tanto la fecha juliana del 2 de febrero correspondía exactamente al 12 de febrero del calendario Gregoriano.
Las fechas en que se celebran los rituales relacionados con la siembra del maíz coinciden con el grupo de edificios cuyas orientaciones marcan fechas en abril y mayo, así como en agosto, cuando se recolectan los primeros elotes de maíz tierno.
De acuerdo con los arqueólogos, la importancia que tenía en Mesoamérica el cómputo del tiempo mediante intervalos calendáricamente significativos está atestiguada en códices mayas y del centro de México, a veces relacionados con la agricultura, por lo cual consideran probable que algunas tablas de intervalos que aparecen en los códices sirvieran para facilitar el manejo de calendarios observacionales.
Respecto al grupo de orientaciones relacionado con los extremos máximos de Venus, explican que ocurren cuando el planeta es visible como estrella de la tarde, entre abril y junio y entre octubre y diciembre, es decir que delimitan la temporada de lluvias y el ciclo agrícola en Mesoamérica. Quizá a esto se debe la asociación conceptual entre Venus, lluvia y maíz, ampliamente documentada, señalan los investigadores.
Las orientaciones hacia los extremos máximos y menores de la Luna se encontraron principalmente en la costa nororiental de la península de Yucatán, en sitios como Tulum y en los de la isla de Cozumel; hecho significativo, ya que precisamente en esta región se veneraba a la diosa Ixchel, asociada con la Luna.