Los arqueólogos Cira Martínez López, Marcus Winter y Robert Markens son los autores del libroMuerte y vida entre los zapotecos de Monte Albán.
El quinto número de la serie Arqueología Oaxaqueña será presentado el viernes 28 de marzo en el Museo de las Culturas de Oaxaca, ex Convento de Santo Domingo.
En la antigua ciudad de Monte Albán, difuntos y vivos mantenían lazos más allá de la muerte. Quienes permanecían sobre esta tierra no tenían que ir muy lejos para visitar a los ancestros, bajo el piso de sus casas se encontraba la eterna morada de los jefes de familia, comentaron los arqueólogos Cira Martínez López, Marcus Winter y Robert Markens.
Tanto en el registro arqueológico como en los escritos de los españoles, hay claras evidencias de que los vivos volvieron de vez en cuando a abrir y a entrar en las tumbas, quizá para comunicarse con las almas de sus antepasados, explicaron los autores del libro Muerte y vida entre los zapotecos de Monte Albán.
El volumen que aparece bajo el sello del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), a través de su delegación en Oaxaca y que contó con el apoyo del Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias, se presentará el viernes 28 de marzo a las 17 horas en el Museo de las Culturas de Oaxaca, ex Convento de Santo Domingo de Guzmán.
Los doctores Cira Martínez López y Marcus Winter, del Centro INAH Oaxaca, y Robert Markens del Instituto de investigaciones Estéticas de la UNAM, abundaron sobre la organización social en esa urbe mesoamericana mediante la descripción de 21 sepulcros explorados entre 1992 y 1994, durante los trabajos del Proyecto Especial Monte Albán.
Para Marcus Winter, el análisis de esta veintena de tumbas ha contribuido a entender la estructura de la sociedad zapoteca y sus cambios a través del tiempo, por lo menos desde su fundación hacia 500 a.C. y a lo largo de su desarrollo que puede extenderse hasta 850 d.C.
Las sepulturas eran sencillas, compuestas por cajones rectangulares en las que era depositado un solo individuo, posteriormente comenzaron a construirse dos o tres para cada casa de la élite.
El cambio significativo en la tradición funeraria comenzó en el segundo siglo de nuestra era, en la llamada fase Niza (100 a.C. al 200 d.C.). Varios difuntos se colocaban en un mismo espacio, inclusive, la evidencia arqueológica demuestra que en algunos casos llegó a remodelarse la casa, pero la tumba bajo el piso de la misma se mantuvo como núcleo familiar.
De acuerdo con el especialista, alrededor de 600 d.C., en el Clásico Tardío, en Monte Albán, Lambityeco y otros sitios de los Valles Centrales, las mujeres se hicieron presentes en la iconografía, lo mismo en piedras grabadas que en representaciones en los sepulcros. Esto apunta a su ascensión social a través de las alianzas matrimoniales que tenían por objetivo sustentar el poder.
La práctica ritual relacionada con el poder, el rango social y el linaje parece reflejarse en los entierros de Monte Albán, los que en buena medida corresponden a individuos adultos, sobre todo adultos mayores de uno y otro sexo, lo que de algún modo también explica la recurrencia a los ancestros.
Durante el Clásico Tardío (600-850 d.C.), las familias colocaban a los niños y adolescentes en sencillas fosas individuales cavadas en los pisos de los aposentos y el patio de la casa, mientras los jefes de familia de las clases media y alta eran enterrados en una tumba arquitectónica hecha de mampostería e instalada debajo del hogar.
La práctica por parte de los descendientes de realizar visitas al interior de las sepulturas, puede ejemplificarse con el caso de la 207. Cira Martínez López, Marcus Winter y Robert Markens detallaron que en ella se registraron los restos de cuatro adultos que probablemente representan dos generaciones de padres de familia.
“Los miembros de la tercera generación de la residencia abrieron el cubo de acceso para efectuar un rito frente a la tumba de sus padres y abuelos, al parecer pidiendo por maíz con incienso de copal quemado en un sahumador. Lo deducimos por la ofrenda contenida en una vasija decorada con dos personajes y un atado de mazorcas”.
Los investigadores concluyeron que tal vez la razón por la que los zapotecos enterraban a sus muertos bajo la casa de los vivos era el deseo de mantener sus espíritus cerca. “Según estudios, los parientes al morir se convertían en entes sobrenaturales que podían interceder por los vivos ante los dioses para proveerlos de lluvias y asegurar las cosechas, entre otras cosas”.
Muerte y vida entre los zapotecos de Monte Albán es el quinto volumen de la serie Arqueología Oaxaqueña, que tiene en su haber títulos comoTres tumbas postclásicas en El Sabino, Zimatlán, Oaxaca; Figurillas y aerófonos de cerámica del Cerro de las Minas; e Identidad y estilo entre las alfareras mixtecas y amuzgas de la costa de Oaxaca y Guerrero.