El Museo de Arqueología de Cataluña descubre en la exposición "Huesos" los secretos que esconden los restos humanos encontrados en diferentes yacimientos medievales, que informan de aspectos como la alimentación, la condición social, las costumbres religiosas, los ritos funerarios o la guerra.
La exposición, que abre hoy las puertas al público, aproxima al visitante a las condiciones de la vida de la época medieval a través del estudio de los restos de esqueletos localizados en yacimientos arqueológicos de los siglos VIII al XV, básicamente situados en la Cataluña central.
Después del trabajo de los arqueólogos, los antropólogos físicos, cual CSI, investigan los huesos hallados y dan a conocer cómo vivían y morían nuestros antepasados de la Edad Media, mientras que los paleopatólogos estudian las enfermedades que sufrieron las personas en el pasado.
En la introducción, la exposición muestra el cráneo y la mandíbula de una mujer senil, de más de 60 años, de los siglos XIV-XV, y la pelvis de una mujer adulta de 31-25 años, de los siglos XII-XIII, ambas procedentes de la necrópolis de Sant Benet de Bages (Barcelona).
Tras averiguar el sexo, los científicos determinan la edad a partir del grado de mineralización y erupción de los dientes (0-12 años), por el aspecto y fusión de la epífisis de los huesos largos (13-20 años) o por indicadores indirectos según el desgaste de la superficie en contacto entre dos huesos (para los adultos).
La siguiente deducción a partir del estudio de los huesos permite dar a conocer la alimentación de la época, en la que podía haber desnutrición, que se puede ver en la hipoplesía del esmalte dental; o mala alimentación, que daba como resultado enfermedades como anemia, escorbuto, osteoporosis o raquitismo.
Los dos libros de cocina medievales catalanes que se conservan, el "Llibre de Sent Soví" (1324) y el "Llibre de Coch" (antes de 1491), reflejan la alimentación de las clases altas, de la corte, de los nobles, los burgueses y las órdenes religiosas, pero, como advierten las comisarias de la muestra, Elena García y Amàlia Valls, "las clases pobres comían pan de trigo, ajos, cebollas y a veces tocino, y en Cuaresma, pescado salado, vegetales y pan".
El esqueleto de un pie del siglo XVIII ilustra otra de las variantes, la sobrealimentación, que daba a lugar a la gota.
En relación con los oficios y los estilos de vida, otros restos dan a conocer la profesión de la persona, por las marcas que los sobreesfuerzos musculares repetitivos dejaban en los huesos, como es el caso de un picapedrero, un albañil o un herrero; o las fiebres de Malta, habituales en los criadores de cabras.
Otros restos de los siglos XI-XII dan a conocer fracturas que se soldaron solas, pero dejaron secuelas en la movilidad de sus víctimas; así, se muestra una columna de los siglos XIV-XV que perteneció a un jorobado, o el caso de una trepanación en el cráneo de una niña de 11 años para intentar curar su hidrocefalia.
En otra sección de la exposición se exhiben dos de las piezas más impactantes, dos cráneos del siglo XV atravesados por un enorme clavo de hierro que pertenecieron a dos hombres que, como se recoge en una sentencia del "Llibre de Crims" de Lleida, seguramente fueron torturados, decapitados, descuartizados y posteriormente colgadas cada una de las partes.
Dos brazos seccionados a la altura de las muñecas ejemplifica otro de los castigos habituales de los siglos medievales, el corte de las dos manos.
Diversos ajuares y otras piezas como una estela sirven para hablar de los rituales funerarios y los diferentes tipos de sepultura, fuera excavadas en la roca, en la tierra señalizadas con estelas de piedra, o en sarcófagos, cuando se trataba de personajes ilustres.
Los enterramientos tampoco eran uniformes, pues, como comentan las comisarias, "los hombres eran enterrados en los cementerios medievales más cerca de los ábsides y las mujeres en las zonas más alejadas". Agencia EFE