Bet Shemesh (Jerusalén), 20 de marzo, 2017 (EFE). Cómo comían, bebían o morían los habitantes de Tierra Santa durante los tiempos de Jesús es desvelado por los hallazgos arqueológicos que acumula el archivo más extenso de este tipo sobre el antiguo oriente, propiedad de Israel: el Almacén de los Tesoros Nacionales.
En sus largos pasillos cerrados al público en una gran nave industrial de Bet Shemesh (a escasos kilómetros de Jerusalén), se acumula en un millón de objetos la historia que sustrata el suelo de esta región santa para cristianos, judíos y musulmanes.
"Nuestro objetivo es mostrar los objetos que tienen relación con la vida de Jesús o su época. No tenemos utensilios que podamos atribuir exactamente para personas, pero sí nos sirven para dar el contexto que va del siglo I a.C al I d.C", explica a Efe la conservadora argentina Débora Ben Ami.
Entre vasijas, platos, vasos y osarios grabados con algunos de los nombres más comunes de la época y que han trascendido por las sagradas escrituras, como José, María o Jesús, Ben Ami habla de un hueso conservado en uno de estos pequeños depositarios fúnebres y que está atravesado por un gran clavo, arrojando luz sobre las formas de crucifixión empleadas durante el imperio romano.
Es el único segmento óseo con una punta incrustada encontrado hasta la fecha, señala la conservadora, en la parte del cuerpo de un varón que corresponde al talón, lo que indica que fue crucificado con las piernas en paralelo, un procedimiento distinto al que la figura de Jesucristo en la cruz, con un pie sobre otro, ha traído hasta nuestros días.
Otros utensilios estaban en las casas de los sacerdotes de la época o de la alta sociedad en Jerusalén, algunos de vidrio, cerámica local o importada de Asia y Europa, y otros fabricados con piedra caliza que, de acuerdo a la ley judía, los purifica.
"Por un lado muestran el respeto a las leyes judaicas y por otro, la apertura a la moda y estilos de uso (de materiales) más de Roma y el Oriente próximo", abunda Ben Ami.
Destaca que todos estos hallazgos "permiten visualizar mejor el momento del establecimiento del cristianismo" porque el público, en general, está más acostumbrado a ver los restos de la era bizantina, cuando esta religión ya estaba más asentada.
Precisamente de este período que se extendió entre los siglos IV y XV d.C. datan numerosas vasijas, cruces, ámpulas y relicarios propiedad de los cristianos residentes o de peregrinos que visitaban Tierra Santa y que se llevaban de vuelta a sus lugares de origen como recuerdo.
Una tradición que continúa a día de hoy, con un 53% de turistas cristianos —un 20% peregrinos— que visitan un lugar donde la religión sigue siendo uno de los mayores atractivos y el principal segmento de mercado, apunta Uri Sharon, del Ministerio de Turismo israelí.
Tierra Santa "es el lugar adecuado para tocar a Jesús, ver dónde vivió, paseó o comió", argumenta este responsable.
Pone como ejemplo el éxtasis de algunos devotos al rezar entre los históricos olivos del Huerto de Getsemaní, a los pies del Monte de los Olivos y frente a la Ciudad Vieja de Jerusalén, donde la tradición cristiana sitúa las últimas horas de Jesús antes de ser prendido y después crucificado.
"Es una experiencia transformadora que cambia la manera en que leerás la Biblia para siempre", resume Sharon.
Científicamente, el vínculo es indudable, afirma el director del departamento de Arqueología de la Autoridad de Antigüedades israelí, Guideón Avni.
Asegura que un tercio de los descubrimientos que atesoran las paredes de estos almacenes, a los que van a parar todos los objetos extraídos de suelo israelí y en Jerusalén (cuya parte oriental está ocupada por Israel desde 1967), están conectados con la presencia cristiana en Tierra Santa, desde la época de Cristo hasta el período de los cruzados "y más allá".
"Los hallazgos arqueológicos ofrecen una base científica a la reconstrucción de la vida diaria de los tiempos de Cristo", dice el arqueólogo.