París, 17 de febrero, 2017 (EFE). Repudiada por Napoleón Bonaparte en 1809 al no haber conseguido darle descendencia, Josefina pasó los últimos años de su vida en el palacete de Malmaison, a las afueras de París. Dos siglos más tarde, ese mismo refugio abre las puertas de su guardarropa para ahondar en sus gustos estilísticos.
Cincuenta vestidos y accesorios del Primer Imperio (1804-1815), apenas presentados al público por su extrema fragilidad, ven la luz ahora en algunos de los salones en los que se vestía y permiten acercarse a la suntuosidad de tejidos con los que ella reforzaba su rol oficial.
"Le gustaba la moda que se hacía en ese momento, pero la adaptaba a su gusto y a sus circunstancias como emperatriz", explicó a EFE la comisaria de la muestra, Céline Meunier, según la cual mujeres y princesas de otras cortes la tomaban como referencia.
Es la primera vez que se reúnen tantas prendas que pertenecieron a la emperatriz y a su hija Hortensia y su exhibición conjunta, más que una lección estilística, constituye con esa abundancia de sedas o terciopelos el reflejo de una época y de su paso por el poder.
Una de las vitrinas incluye así uno de los vestidos que se cree que portó en las ceremonias que siguieron a la coronación en diciembre de 1804, en el que se aprecia su talle menudo y brazos delgados.
A Marie-Joseph-Rose de Tascher de la Pagerie, que adoptó el nombre de Josefina en su boda con Napoleón el 9 de marzo de 1796, "le gustaban mucho las plumas sobre turbantes y sombreros o los chales de cachemir", pero sus osadías se veían a menudo frenadas por su marido.
"Napoleón vigilaba todo el tiempo cómo vestía. Algunas veces, incluso, subía a su salón en el momento en que había terminado de prepararse y criticaba o decía que se cambiara de ropa", explica la comisaria, según la cual era menos una cuestión de control o celos que de etiqueta.
Como representante del imperio y embajadora del lujo y de los talleres franceses, Josefina no tenía mucha libertad a la hora de escapar del corsé de su papel oficial, pero sí intentaba llevar a ese rol sus preferencias.
"Le gustaba elegir a ella su ropa por las mañanas. No siempre eran las criadas las que le llevaban las cosas", recordó la comisaria, quien destacó que su armario era tan variado que llegó a no saber lo que tenía.
Su gusto por "las cosas bonitas", unido a la necesidad de representar a través de sus trajes la corte imperial y a su "incapacidad" para negarse a lo que le ofrecían, hicieron que gastara tanto en vestuario que "Napoleón se ponía furioso" con sus excesos.
De entre todos sus sastres, fue Hippolyte Leroy quien supo entenderla mejor, pero el museo recuerda que, "más preocupado por su carrera que por la fidelidad de sus clientas, la trató tras su divorcio con mucha ingratitud".
Josefina tenía ya dos hijos de su primer matrimonio con Alexandre de Beauharnais, Eugenio y Hortensia, cuando se casó con Napoleón, pero la imposibilidad de darle un heredero forzó esa separación, al término de la cual ella mantuvo su rango y título.
Las prendas mostradas a las afueras de París en el palacio de Malmaison y hasta este 6 de marzo proceden de distintas etapas de su vida y han sido conservadas hasta la fecha por herederos de la familia imperial o gente de la corte o del servicio a la que ella donaba sus prendas en cada renovación de armario.
Y el relato que acompaña a esas pertenencias permite constatar que, desde su muerte en mayo de 1814, el interés ciudadano por el vestuario de las soberanas apenas ha cambiado: "Los diarios siguen contando cómo van vestidas y destacan si alguna vez repiten", concluyó Meunier.