domingo, 2 de noviembre de 2014

Tumbas fastuosas inmortalizaron a gobernantes mesoamericanos

* Eduardo Matos describe los hallazgos de este tipo de sepulcros, realizados por Alfonso Caso, Alberto Ruz, Leonardo López Luján y Arnoldo González Cruz
* La Tumba 7 de Monte Albán, el Templo de las Inscripciones de Palenque, entre otras muestran la grandeza con la que los gobernantes iniciaban su viaje al mundo de los muertos

Para las antiguas civilizaciones mesoamericanas los ritos mortuorios tenían gran relevancia, ya que representaban el inicio de un largo viaje al inframundo, el lugar de los muertos. Para ese trayecto entre la vida y la muerte, a los gobernantes se les colocaban ofrendas ricamente adosadas con oro, piedras verdes, animales y vasijas, pero además les construían tumbas fastuosas con las que lograron pasar a la inmortalidad.

Durante el siglo XX, muchos de esos sepulcros fueron abiertos como una ventana al pasado, en la que arqueólogos como Alfonso Caso, Alberto Ruz Lhuillier, Leonardo López Luján y Arnoldo González Cruz desenterraron parte de la historia de los personajes ahí depositados.

El maestro Eduardo Matos Moctezuma, investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), realizó recientemente un estudio en el que describe detalladamente el momento en que localizaron la Tumba 7 de Monte Albán, en Oaxaca; la de Pakal II, en el Templo de las Inscripciones, y la de la Reina Roja en el Templo XIII de Palenque; y la de Ahuítzotl, que podría hallarse frente al Templo Mayor, entre otras.

El arqueólogo explicó que las culturas mixteca, mexica y maya tenían diferencias, pero también similitudes, por ejemplo, contaban con muchos mitos sobre la muerte. “Les aterraba perder la vida, por eso imaginaban una serie de lugares a donde irían después de su paso por la tierra. Lo cierto es que sus cuerpos no irían a ningún lado, y las ofrendas quedaron como testigos de su grandeza y del poder que alcanzaron”.

Matos describe en su libro Grandes Hallazgos de la Arqueología. De la muerte a la inmortalidad cómo decanos de la arqueología mexicana, como Alfonso Caso y Alberto Ruz Lhuillier, localizaron —cada uno en su momento— la Tumba 7 en Monte Albán y la de Pakal II, en Palenque. Además del hallazgo del sarcófago de la Reina Roja, por Arnoldo González, y la lápida sepulcral de Ahuítzotl enfrente del Templo Mayor, descubierta por Leonardo López Luján.

La Tumba 7
La Tumba 7 fue localizada por Alfonso Caso en 1932 en Monte Albán, una de las ciudades más antiguas de Mesoamérica, fundada por los zapotecos en el año 500 a.C.; su hegemonía en los Valles Centrales de Oaxaca duró varios siglos, su apogeo fue entre el 200 y 750 d.C., época en que convivió con otras ciudades como Teotihuacan y Cholula.

A finales de los años veinte y principios de los treinta del siglo pasado —destaca Matos Moctezuma—, Alfonso Caso se dio a la tarea de estudiar las culturas zapotecas y mixtecas que ocuparon lo que es hoy es el estado de Oaxaca.

En su primera temporada de trabajo, que comenzó el 6 de enero de 1932, realizó exploración en la plataforma Norte y en varias tumbas. La asignada con el número 7 resultó ser la más interesante; corresponde a la Época III de Monte Albán (200 -750 d.C.), y fue reutilizada en la Época V Tardía (1300-1521 d.C.).

En el sepulcro, que constaba de una cámara y una antecámara, Alfonso Caso encontró nueve esqueletos distribuidos, uno en el fondo de la tumba, tres cerca del muro sur de la segunda cámara, uno en el muro norte y cuatro en el lumbral y en parte de la primera cámara.

Caso contó con el apoyo del doctor Daniel Rubín de la Borbolla, quien estudió los restos y llegó a la conclusión de que las osamentas fueron removidas de otros lugares y colocadas en la Tumba 7, y debieron pertenecer a personajes mixtecos de alta jerarquía.

Entre las piezas que componían la ofrenda funeraria destaca un pectoral de oro en forma de caballero tigre, vasijas de alabastro, anillos, una cabeza de ave con los ojos de oro, una cabeza de águila, que en la parte de atrás tenía una capa de oro, un mango de abanico, una diadema, varios pendientes, collares de jade, caracoles, el rostro de Xipe Tótec, dios de los joyeros, el cual pudo servir como un broche de cinturón, porque se encontró cerca del hueso ilíaco, entre otros objetos.

Pakal II
Años después, otro destacado arqueólogo, Alberto Ruz, se internó en la selva chiapaneca para realizar una temporada de campo en Palenque, ciudad maya que tuvo gran influencia en la región durante el periodo Clásico (600-800 d.C.). El sitio fue visitado desde el año 1730 por el canónigo Ramón de Ordóñez, pero fue el 15 de junio de 1952, cuando se descubrió la cámara funeraria de Pakal II.

K’inich Janahb Pakal, mejor conocido como Pakal II, es el nombre con el que se ha identificado al gobernante cuyo cuerpo fue depositado en el sarcófago de piedra caliza encontrado en el Templo de las Inscripciones. Su mandato se extendió del 26 de julio del año 615 d.C. hasta el momento de su muerte, el 28 de agosto de 683 d.C., lo que significa que gobernó más de sesenta años.

El ingreso de Alberto Ruz a la cámara funeraria no fue sencillo —narra Matos—, porque la escalinata interior del Templo de las Inscripciones estaba rellena de piedras; a medida que era liberada se encontraron una serie de ofrendas y entierros, que hablan de la sacralidad del lugar.

“Mientras excavaba los entierros, se percató que hacia el lado norte se encontraba una puerta triangular. Ruz retiró una parte de las piedras y entonces pudo ver el interior de la cámara: una lápida que ocupaba buena parte de la misma, y sobre ella diversos objetos, entre ellos fragmentos de jade, pendientes de piedra, placas de nácar y concha marina”, explica el especialista.

Dentro de la cripta encontraron un sarcófago de piedra cubierto por una lápida tallada, y en su interior las paredes estaban pulidas y pintadas con pigmento rojo de cinabrio. La tumba contenía los restos óseos de un individuo que había sido enterrado con sus joyas puestas y amortajado en un sudario pintado de rojo, cuya tela se desintegró, adhiriéndose el pigmento en los huesos y en las joyas.

“Ruz hizo un registro detallado del esqueleto como de las joyas encontradas: máscara formada por mosaicos de jade, ojos de concha e iris de obsidiana, pendientes de jade, una diadema; cinco perlas, orejeras, peto de 189 cuentas, dos pulseras de jade, dos narigueras, diez anillos de jade, cuentas de jade cercanas a los pies, cinco figurillas de jade y alfileres de hueso”, añadió Matos Moctezuma.

La reina roja
Cuatro décadas después, en 1994, Arnoldo González encontró una nueva tumba en el Templo XIII de Palenque, muy cerca del Templo de las Inscripciones, en la que se encontraron los restos de una mujer a la que llamaron la “Reina Roja”. Al igual que Pakal, fue enterrada con individuos sacrificados y un ajuar fastuoso, que consistió en máscara, diadema, cuentas de jadeíta, perlas y hachuelas. Los dos sepulcros corresponden al periodo Otulum, entre el 600 y 700 d.C.

De acuerdo con las representaciones localizadas en tableros, así como estudios de ADN, antropología física y epigrafía, la señora Tz´ak-b’u Ajaw, esposa de Pakal, fue enterrada en dicha edificación.

Ahuítzotl
En su investigación, Matos Moctezuma también hace referencia a la tumba del tlatoani mexica Ahuítzotl, que podría estar bajo el monolito de Tlaltecuhtli, localizado en 2006 en la Casa de las Ajaracas, frente al Templo Mayor, por Leonardo López Luján.

Esta suposición parte de un glifo tallado en la garra de Tlaltecuhtli (diosa de la tierra) con la fecha calendárica 10 conejo que remite al año 1502, cuando murió el octavo gobernante tenochca. Además de que las fuentes históricas señalan que varios gobernantes fueron cremados frente al Templo Mayor, y sus cenizas fueron colocadas en un edificio llamado Cuauhxicalco.

Fernando de Alvarado en Crónica mexicana narra que los sacerdotes hacían una tumba muy alta, que llamaban tlacochcalli, y otra que llamabantzihuac calli, donde depositaban el cuerpo del rey, mientras que los sacerdotes cantaban y agregaban madera seca que prendían. 

Los seis esclavos que serían sacrificados en honor a Ahuítzotl eran ataviados con plumaria, armas, orejeras y oro del gobernante. Al día siguiente los sacerdotes recogían las cenizas, las colocaban en una olla nueva y la enterraban en el Cuauhxicalco, sin embargo, hasta el momento no se han encontrado los restos del tlatoani.